(Artículo para la revista del Fahuarán, mi primer cole)
No recuerdo muy bien cuando ocurrió la metamorfosis. He de admitir que desde siempre me sentí más confiado en la clase de matemáticas que en la de práctica (no sé si ahora se llamará así). No llegué a entender para qué quería pintar dentro de una línea si después iba a recortar el dibujo por la línea. Pero nunca me gusto estudiar. Es más, lo odiaba. Siempre aprobé con lo justo, nunca me preocupo la nota demasiado, ponían un listón, y lo saltaba rozando, sobretodo cuando se trataba de Historia, Lengua, Inglés, ect. Todo aquello que requería algo más que escuchar al profesor…
Poco a poco, de repente, comencé a sentir la necesidad de saber, la curiosidad por las ciencias, por qué las cosas ocurren como ocurren y no de otro modo. Conforme avanzaban los cursos y se empezaba a poder elegir entre lo que me gustaba y lo que no, conocía más y me daba cuenta de que empezaba a desconocer mucho más de lo que iba aprendiendo. En cada cuarto al que daba luz, aparecían nuevas puertas hacia lo desconocido. La curiosidad de saber lo que había detrás de aquellas nuevas puertas hacían que estudiar, aquella pesadilla inicial, se hubiese convertido en un viaje alucinante.
Digamos que el conocimiento científico es como un puzle. Cuando estudias, aprendes a poner las piezas que otro ya ha puesto antes que tú. Al principio, ponemos fichas que llevan más de miles de años puestas, como la trigonométrica. En bachiller estudiamos piezas que solo llevan colocadas cientos de años, como el cálculo diferencial, y finalmente, durante la carrera universitaria, llegamos a estudiar piezas del puzle que quizá hayan sido colocadas en los últimos años, como la teoría de los agujeros negros o las partículas elementales. Cuando acabas de estudiar, la formación recibida debe ser aplicada para trabajar, pero existe la posibilidad de seguir estudiando. ¡Sí, el mundo está lleno de locos!
Después de la carrera universitaria puedes hacer un doctorado. ¿Qué es hacer un doctorado? -os preguntareis. El doctorado es como sacarte el carné de conducir, pero no para conducir, sino para investigar. ¿Qué es investigar? Investigar es un arte, una forma de creación, un mundo totalmente diferente. Ya no solo debes aprender a poner piezas que otro puso antes que tú, el trabajo de un investigador es poner nuevas piezas en el puzle. Debes conocer perfectamente hasta la última ficha que se haya puesto en una delgada y afilada zona del puzle del conocimiento con el fin de poner una ficha que nadie haya puesto antes.
Las piezas del puzle del conocimiento son artículos científicos, que suelen rondar entre 5 y 10 páginas. Cada artículo contiene una idea, algo nuevo, si tienes dos ideas, se hacen en dos artículos, y si no tienes ninguna, se intenta hacer uno como si la tuvieras. Los artículos, las piezas que tú has conseguido incluir en el puzle, es lo que te proporciona ir avanzando dentro de la escalera científica. Sin ellos, no eres nadie. Pero con ellos, ¡tampoco eres mucho! Al principio se trata de tener, cuando se tienen, se trata de tener alguno bueno, alguno que el resto de personas en tu campo utilice. Cuando alguien utiliza tu pieza para poner otra, te cita, dice: “basándome en la pieza de aquel, yo voy a poner esta”. Entonces, tu pieza adquiere sentido, tu trabajo es un trabajo útil, posiblemente bueno, porque alguien lo está utilizando. Si nadie utiliza tu pieza, mal asunto.
Un doctorado culmina con la tesis doctoral, que es un pequeño libro donde uno deja constancia de que ha estado haciendo algo más que estar todo el día en el Facebook. En definitiva, es un resumen donde dejas constancia de todas las piezas que has puesto en el puzle de forma conjunta. En términos científicos, una tesis doctoral debería ser una contribución significativa al estado del arte de una materia (es decir, lo que se conoce sobre algo). Uno de los mayores desafíos es encontrar una pieza que resulte estar justo en el borde. Si se te ocurre una magnífica idea, pero otro ya ha puesto esa pieza, no te sirve de nada. De igual forma, si encuentras una pieza que crees que puedes poner, pero las piezas vecinas, las que deben dar forma a tu pieza, todavía no se ha puesto, es muy complicado, pues al principio eres un experto es una pequeña zona del puzle, pero en cuanto te alejas lo más mínimo para intentar poner otra, te das cuenta de lo poco que sabes. Encontrar la pieza adecuada es muy importante.
Cuando acabas el doctorado, te dan el pasaporte y te vas a otro país a investigar. Mostrando las piezas que has puesto, es decir, la colección de artículos científicos que has publicado, puede conseguir una plaza en el siguiente nivel. Es lo que se llama postdoc. Son trabajos de un determinado número de años (entre uno y tres) en los que debes convertirte en un experto en una zona más amplia del puzle. Ahí me encuentro yo, buscando todo el día piezas que se puedan ir poniendo en mi parte del puzle, piezas que hasta ahora nadie haya puesto, pero que a la vez, puedan ser puestas y, a ser posible, piezas que otro pueda utilizar. Evidentemente, para poner estas piezas que solo andan revoloteando en tu cabeza debes conocer muy bien la parte del puzle donde estas trabajando, con lo cual mi día de trabajo consiste casi completamente en estudiar, y cuando soy capaz de ver un hueco e imaginar que pieza debe ir ahí construirla y ponerla.
No recuerdo muy bien cuando ocurrió la metamorfosis. He de admitir que desde siempre me sentí más confiado en la clase de matemáticas que en la de práctica (no sé si ahora se llamará así). No llegué a entender para qué quería pintar dentro de una línea si después iba a recortar el dibujo por la línea. Pero nunca me gusto estudiar. Es más, lo odiaba. Siempre aprobé con lo justo, nunca me preocupo la nota demasiado, ponían un listón, y lo saltaba rozando, sobretodo cuando se trataba de Historia, Lengua, Inglés, ect. Todo aquello que requería algo más que escuchar al profesor…
Poco a poco, de repente, comencé a sentir la necesidad de saber, la curiosidad por las ciencias, por qué las cosas ocurren como ocurren y no de otro modo. Conforme avanzaban los cursos y se empezaba a poder elegir entre lo que me gustaba y lo que no, conocía más y me daba cuenta de que empezaba a desconocer mucho más de lo que iba aprendiendo. En cada cuarto al que daba luz, aparecían nuevas puertas hacia lo desconocido. La curiosidad de saber lo que había detrás de aquellas nuevas puertas hacían que estudiar, aquella pesadilla inicial, se hubiese convertido en un viaje alucinante.
Digamos que el conocimiento científico es como un puzle. Cuando estudias, aprendes a poner las piezas que otro ya ha puesto antes que tú. Al principio, ponemos fichas que llevan más de miles de años puestas, como la trigonométrica. En bachiller estudiamos piezas que solo llevan colocadas cientos de años, como el cálculo diferencial, y finalmente, durante la carrera universitaria, llegamos a estudiar piezas del puzle que quizá hayan sido colocadas en los últimos años, como la teoría de los agujeros negros o las partículas elementales. Cuando acabas de estudiar, la formación recibida debe ser aplicada para trabajar, pero existe la posibilidad de seguir estudiando. ¡Sí, el mundo está lleno de locos!
Después de la carrera universitaria puedes hacer un doctorado. ¿Qué es hacer un doctorado? -os preguntareis. El doctorado es como sacarte el carné de conducir, pero no para conducir, sino para investigar. ¿Qué es investigar? Investigar es un arte, una forma de creación, un mundo totalmente diferente. Ya no solo debes aprender a poner piezas que otro puso antes que tú, el trabajo de un investigador es poner nuevas piezas en el puzle. Debes conocer perfectamente hasta la última ficha que se haya puesto en una delgada y afilada zona del puzle del conocimiento con el fin de poner una ficha que nadie haya puesto antes.
Las piezas del puzle del conocimiento son artículos científicos, que suelen rondar entre 5 y 10 páginas. Cada artículo contiene una idea, algo nuevo, si tienes dos ideas, se hacen en dos artículos, y si no tienes ninguna, se intenta hacer uno como si la tuvieras. Los artículos, las piezas que tú has conseguido incluir en el puzle, es lo que te proporciona ir avanzando dentro de la escalera científica. Sin ellos, no eres nadie. Pero con ellos, ¡tampoco eres mucho! Al principio se trata de tener, cuando se tienen, se trata de tener alguno bueno, alguno que el resto de personas en tu campo utilice. Cuando alguien utiliza tu pieza para poner otra, te cita, dice: “basándome en la pieza de aquel, yo voy a poner esta”. Entonces, tu pieza adquiere sentido, tu trabajo es un trabajo útil, posiblemente bueno, porque alguien lo está utilizando. Si nadie utiliza tu pieza, mal asunto.
Un doctorado culmina con la tesis doctoral, que es un pequeño libro donde uno deja constancia de que ha estado haciendo algo más que estar todo el día en el Facebook. En definitiva, es un resumen donde dejas constancia de todas las piezas que has puesto en el puzle de forma conjunta. En términos científicos, una tesis doctoral debería ser una contribución significativa al estado del arte de una materia (es decir, lo que se conoce sobre algo). Uno de los mayores desafíos es encontrar una pieza que resulte estar justo en el borde. Si se te ocurre una magnífica idea, pero otro ya ha puesto esa pieza, no te sirve de nada. De igual forma, si encuentras una pieza que crees que puedes poner, pero las piezas vecinas, las que deben dar forma a tu pieza, todavía no se ha puesto, es muy complicado, pues al principio eres un experto es una pequeña zona del puzle, pero en cuanto te alejas lo más mínimo para intentar poner otra, te das cuenta de lo poco que sabes. Encontrar la pieza adecuada es muy importante.
Cuando acabas el doctorado, te dan el pasaporte y te vas a otro país a investigar. Mostrando las piezas que has puesto, es decir, la colección de artículos científicos que has publicado, puede conseguir una plaza en el siguiente nivel. Es lo que se llama postdoc. Son trabajos de un determinado número de años (entre uno y tres) en los que debes convertirte en un experto en una zona más amplia del puzle. Ahí me encuentro yo, buscando todo el día piezas que se puedan ir poniendo en mi parte del puzle, piezas que hasta ahora nadie haya puesto, pero que a la vez, puedan ser puestas y, a ser posible, piezas que otro pueda utilizar. Evidentemente, para poner estas piezas que solo andan revoloteando en tu cabeza debes conocer muy bien la parte del puzle donde estas trabajando, con lo cual mi día de trabajo consiste casi completamente en estudiar, y cuando soy capaz de ver un hueco e imaginar que pieza debe ir ahí construirla y ponerla.
Curiosa metáfora
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